MERCADER DE AMOR · de Juanjo Sánchez

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Reflexionando y tratando sobre poesía amorosa, algunas veces me he preguntado: ¿Es más poético versar sobre el amor o sobre el desamor? La respuesta no se hizo esperar. Amor y desamor son dos sentimientos opuestos de una misma moneda a la que llamamos vida. Coronando los «Versos satánicos», que Juan José ha decidido introducir en el poemario, nos asoma la hurraca. Leyenda, magia, ladrona, mal agüero y de palabras huecas, prima del cuervo y tan carroñera como él. Ahí queda eso.

del PRÓLOGO, por Juan Martínez Iglesias

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Descripción

PRÓLOGO
Por Juan Martínez Iglesias

Reflexionando y tratando sobre poesía amorosa, algunas veces me he preguntado: ¿Es más poético versar sobre el amor o sobre el desamor? La respuesta no se hizo esperar. Amor y desamor son dos sentimientos opuestos de una misma moneda a la que llamamos vida.

Vida y sentimiento es lo que se van a encontrar los lectores que se acerquen a los dieciséis poemas que conforman el poemario al que su autor, Juan José Sánchez, titula como «Mercader de amor». «El mordisco de la palabra».

Decía el poeta Robert Frost que la vida era un camino que discurre por encrucijadas insorteables; como insorteables son las emociones que genera la lectura y la intromisión del lector en este poemario en el que la palabra muerde.

Pessoa, con un juego de imágenes poéticas, la define como una sombra que pasa por un río; sombra que al ser la proyección de algún cuerpo ante la luz, tiene un claro componente de huella, de salpicadura deleble o indeleble sobre el transcurrir de las aguas del río en el que todos navegamos; así ese transcurrir del pasado amoroso que al tiempo se diluye, se esfuma y se ausenta abrazado al desamor.

Recuerdo también al novelista Scott Fitzgerald que percibía a las personas como barcas a contracorriente; como a contracorriente discurre el deambular de esta «Mercader de amor».

Barcas, río, sombras, contracorriente y huellas, muchas huellas es lo que vamos a encontrar en estos poemas.

El autor nos presenta los poemas numerados del diecisiete al uno, en orden inverso al orden intuitivo de los números naturales, significando esa contracorriente que comentaba.

Pero no solo esto; dicha estructura, fríamente calculada y expresada por el autor, tiene un valor simbólico a destacar, toda vez que el desamor siempre es posterior al amor nacido.

Podríamos, por tanto, entender la pretensión de Juan José de darle la vuelta a la tortilla para partiendo del desamor y andando el tiempo hacia atrás (algo imposible) desembocar las aguas de su río en las bonanzas del amor primero, como origen y causa del poemario.

A veces las palabras se quedan como colgando de la boca del lapicero o buscando sumergirse en el olvido como potente arma de liberación o cicatrización.

Porque escribir y publicar este «Mercader de amor», entiendo que ha supuesto al autor como un trazo, un signo, un ejercicio de liberación desde la herida, desde la cicatriz formada tras afrontar el desamor y mirarlo a los ojos sin temblarle el pulso, aunque los muerdos duelan.

Así, en todos los poemas, escritos desde el pretérito, se nos dibujan escenas del escenario ya borrado del amor inicial hasta el llanto simbólico de aguas turbias, como cenizas que se posan tras el fuego, una vez que la llama del amor se ha apagado.

Canto, río, con tus aguas / de piedra los que no lloran… decía Rafael Alberti.

Indudablemente, es preferible la aceptación del desamor que el seguir viviendo, por condicionantes sociales impuestos, un amor que se ha esfumado o no se entrega.

Ante esta realidad, asumir es lo que más conviene buscando el equilibrio emocional de los actores, hombre y mujer, a sabiendas que tras el llanto – desahogo llega la calma, igual que tras la lluvia siempre sale el sol.

Así, el dolor transitado, el dolor nos redime de otras máscaras que al tiempo profundizarían heridas mucho más sangrantes; y en esa intención lo sugieren con un calculado simbolismo los versos del poemario.

Escrito desde el pasado, en las conjugaciones de los verbos es evidente: te elegí, soñé, te amaba, nutrías, saciabas… todos ellos pretéritos imperfectos que plasman lo que antes fue y ya no es.

Desde la nostalgia, la tristeza, el poemario transita hacia la liberación donde el desahogo es el catalizador y catarsis de esa experiencia vital, profunda y vibrante del amor. Una especie de exorcismo de convivencia frustrada donde la  aceptación es el único antídoto posible.

Desde otro prisma, en todo poemario, el autor debe resguardar o guarecer el contenido (ya comentado) del libro;  el santo,  o demonio,  hay que vestirlo.

Resulta curioso la forma de presentarnos los poemas, diseñando las estrofas en zigzag, simbolizando con esta sismología gráfica ese continuo vaivén de idas y venidas que nos supone el me voy pero no quiero irme, estoy pero no quiero estar, soy pero muero porque no muero o vivo sin vivir en mí que tan acertadamente expresaron los poetas de la lírica más mística; también el no muero porque no he vivido de Cernuda.

Grafía que como latigazos nos ofrece la cordura de la locura o la locura de la cordura; amor y desamor a fin de cuentas.

Dicho esto y como no podría ser de otra forma, el autor pone de manifiesto, sin estruendos ni algarabías callejeras, lo mejor de su expresión poética utilizando un lenguaje del que hay que destacar la creación de potentes metáforas e imágenes que provocan, elevan y hacen temblar las emociones en el corazón de la lectura.

Se nos ofrece sencillo, útil, pausado y sin estridencias, pero al mismo tiempo con una profundización, un hurgar en la herida, un rozar la cicatriz o un flotar en la dicha del amor abierto que sin duda no puede dejar impasible al lector. La lírica del misticismo se puede sopesar. A posta, no voy a reseñar ninguna de ellas.

Búsquenlas, las encontraran en todo su esplendor en hermosas expresiones presentes los poemas. Déjense rozar el corazón, déjense arar por ellas, háganse surco para que su semilla les brote en emociones; naveguen, sufran el infortunio o gocen de la dicha amorosa, como dos caras de esa misma moneda con la que comenzaba estas reflexiones y a la que no podemos por más que llamarle vida.

Nada más abrir el poemario, aparece el sol naciente seguido del símbolo del sagrado mantra del hinduismo que define el origen y combina lo físico con lo espiritual, así como la unidad de lo humano con lo supremo.

Indudablemente el autor ya nos advierte de que el amor del que nos va a hablar no se detiene ni entretiene en el roce de los cuerpos sino que trasciende y se eleva a lo espiritual, siendo esta su verdadera residencia. La residencia y esencia del verdadero amor.

Junto al índice, nos dibuja unas figuras estilizadas de unos pequeños pajarillos con sus alas desplegadas en pleno vuelo. Tengamos en cuenta que índice es indicio o señal de algo. Pues eso, algo nos querrá decir con ello Juan José.

Continuemos arañando y descifrando las imágenes. Pasado el prólogo y justo debajo del título, como sosteniéndolo, la rosa de los vientos magnificando los cuatro puntos cardinales que contienen todos los rumbos; rumbos que podemos elegir en el tránsito, para que cada uno decida el que más le convenga.

Los diecisiete poemas van precedidos por la flor del magnolio cuyo valor simbólico sintetiza la dulzura y la belleza de la mujer, así como su naturaleza fuerte y delicada. Insertada la flor en un poemario de amor y desamor, sobran palabras.

Coronando los «Versos satánicos», que Juan José ha decidido introducir en el poemario, nos asoma la hurraca. Leyenda, magia, ladrona, mal agüero y de palabras huecas, prima del cuervo y tan carroñera como él. Ahí queda eso.

Con sabiduría y una acertada habilidad, formando como un oxímoron de imágenes, cierra el poema con la blancura de la paloma de la paz que junto a su ramita de olivo, parece abrir (o cerrar) el libro introduciendo el «Epílogo» con el que Carmen Aliaga nos regala en punto final del poemario.

AboroJuan, Juan Martínez Iglesias©
Sevilla, mayo de 2018

Información adicional

Dimensiones 14.8 × 21 cm

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